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21 de octubre de 2010

El antiranking

Con el título “The social mission of medial education: ranking the schools”, un grupo de investigadores de la Universidad George Washington, comandados por el doctor Fitzhugh Mullan, publicó en la connotada revista Annals of Internal Medicine (volumen 152, número 12, páginas 804-811, 06/2010), un interesante estudio que se propone explorar hasta qué punto las escuelas de medicina de Estados Unidos están preparadas para generar el tipo de profesionales médicos que supone y requiere la reciente reforma del sector salud iniciada por el presidente Barack Obama.

Como se recordará, en marzo de este año el presidente, con la venia del Congreso, decretó los instrumentos legales de la reforma de salud comprometida desde su campaña. Éstos son la Patient Protection and Affordable Care Act (PPACA), así como la Health Care and Education Reconciliation Act (HCERA). La reforma tiene un alcance significativo en torno del propósito de alcanzar la universalización de los servicios de atención a la salud en ese país. Además de expandir la considerablemente la cobertura de los esquemas de salud pública Medicare y Medicaid, fija nuevas reglas de operación para las compañías de seguros y para los proveedores privados en el ramo.

Aun los críticos del modelo, que cuestionan la validez de esa vía para alcanzar el objetivo de la universalización, coinciden en que la reforma es un paso adelante en la dirección correcta. Así, la administración Obama logró anotarse un tanto importante en la siempre requerida base de legitimidad y popularidad de su gobierno.

Pero entre las cuestiones pendientes sobresale la formulada por los autores del estudio: dada la orientación hacia las especialidades de las principales escuelas de medicina en Estados Unidos, ¿de dónde habrán de surgir los cuadros profesionales que se necesitan para cubrir la demanda de servicios básicos de salud, la atención médica de primer nivel, es decir, la consulta médica de contacto inicial, las enfermedades epidémicas, las de la pobreza?

Con esas preguntas en mente, los investigadores establecieron un conjunto de indicadores a partir de la estimación del porcentaje de graduados en medicina que trabajan en localidades con una alta proporción de “minorías” (población afroamericana, hispanoamericana, blancos en condición de pobreza, etcétera), y en localidades que se caracterizan por la escasez de servicios médicos. El análisis se realizó con datos sobre graduados de las generaciones 1999 a 2001. Se tomó en cuenta también la escuela de procedencia de los médicos que cumplieron residencias en el National Health Services Corps.

Además, se sistematizaron datos de la Asociación Médica Americana para calcular la proporción de graduados que practican atención primaria. Estos datos, junto con información sobre el perfil socioeconómico de los médicos graduados, permitieron a los autores establecer un ranking de escuelas de medicina que mide y compara la aproximación de las escuelas de la disciplina a la misión social que propone la reforma del sistema de salud.

Los resultados son sorprendentes. En los diez primeros lugares de la clasificación figuran escuelas con escasa o nula reputación en el ambiente médico, y sin ninguna presencia en los rankings de escuelas y programas de medicina que se publican en Estados Unidos o en el extranjero. Éstas son, en orden de prelación: la Morehouse School of Medicine (Georgia), el Meharry Medical College (Tennessee), la Howard University (Washington, DC), la Wright State University Boonshoft School of Medicine (Ohio), la University of South Alabama (Alabama), la Escuela de Medicina de Ponce (Puerto Rico) y el University of Iowa Carver College of Medicine (Iowa).

En contraste, en los últimos lugares de la clasificación figuran las escuelas de medicina más renombradas, más caras, y con mayor presencia en los rankings: en el orden descendente que va de las posiciones 200 a 208 figuran la Escuela de Medicina de la Universidad de Loyola (Chicago), la Universidad de Pennsylvania, el Medical College de Wisconsin, el Albany Medical College (New York), la Universidad de Columbia, la Universidad de Texas, la Universidad Duke (North Carolina), la Universidad de Stanford (California) y en último lugar la Universidad Johns Hopkins (Maryland). O sea, el mundo al revés.

El estudio es irreprochable en su método y técnica de medición. Los autores son académicos acreditados y la revista en que el estudio se publicó es una de las principales en el mundo. Por ello, los resultados han provocado una importante polémica. En la página en que se publica el artículo
(http://www.annals.org/content/152/12/804.full) aparecen junto al mismo un importante número de réplicas formales (letters), así como un también cuantioso volumen de comentarios informales.

Dejando a un lado la polémica de los académicos y funcionarios universitarios de Estados Unidos, lo cierto es que este tipo de ejercicios (los rankings alternativos) ofrecen una nueva vía de respuesta a la supuesta o real hegemonía de las clasificaciones universitarias basadas exclusivamente en la reputación de las instituciones, o en la producción académica de los investigadores. Preguntarse hoy por el grado en que las universidades cumplen su misión social es colocar sobre la mesa una cuestión central. Vale la pena poner el acento en este último punto. Ojala que en nuestro medio pronto aparezcan ejercicios de esta clase.

PD. Agradezco al colega Brian Pusser, de la Universidad de Virginia, la información sobre el ranking aquí reportado, así como sus pacientes explicaciones sobre la reforma del sistema de salud en Estados Unidos.

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