El sexto y último informe del presidente Felipe Calderón Hinojosa presenta
como uno de los logros importantes de su sexenio “la construcción de 140 nuevas
universidades”. La mayor parte de éstas corresponde al sector de educación
superior tecnológica: 45 institutos tecnológicos, 42 universidades tecnológicas
y 33 universidades politécnicas, es decir 120 nuevas instituciones orientadas a
la formación de ingenieros y tecnólogos.
En realidad 121, porque hay que añadir
la Universidad Aeronáutica de Querétaro. La UNAQ fue fundada en 2007, aunque el
proyecto se gestó en 2005 con la llegada al estado de Bombardier Aerospace. Esta
cifra significa que más del ochenta y cinco por ciento de las nuevas IES
públicas del sexenio corresponden a la estrategia de acrecentar el acervo de
recursos humanos del país con formación tecnológica especializada.
En la última década el número de IES tecnológicas del sector público se ha
duplicado, al pasar de aproximadamente ciento cincuenta a comienzos de la década
dos mil, a más de trescientos cincuenta en el presente. Un resultado muy
tangible del enfoque es el comentado la semana pasada: al día de hoy México
genera más ingenieros que la mayoría de los países industrializados en
proporción al número de titulados por año. Sólo aventajan a nuestro país, en
este rubro, países como Corea, China y la India, pero el indicador nacional
supera ampliamente al promedio de la OCDE al respecto, y está por encima de
países como Estados Unidos, Brasil, Francia o Alemania.
De las más de un millón de cédulas profesionales emitidas por la Dirección
General de Profesiones en los últimos dos años (2010 y 2011) aproximadamente una
quita parte corresponde a títulos de ingeniería en sus distintas especialidades.
Para redondear, al día de hoy el sistema de educación superior del país envía al
mercado de trabajo encima de cien mil ingenieros al año. Esta cifra es superada,
exclusivamente, por las profesiones del área administrativa y por derecho, pero
el ritmo de expansión de las ingenierías es más dinámico que el de estas
carreras, y de seguir la tendencia pronto podrá superarlas.
Tómese en cuenta, por ejemplo, que en el año 2000 la cantidad total de
ingenieros ocupados ascendía a 729 mil, contando todas las especialidades del área.
En el primer trimestre de 2012 la cantidad reportada por el Observatorio Laboral
de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social superó la cuota de 1.3 millones
de ingenieros. Casi el doble en total, o si se prefiere una tasa de incremento
anual cercana al siete por ciento en promedio.
¿Cuál es el problema con estos datos si, como se ha reiterado en el discurso
político y económico de los últimos gobiernos, la producción de ingenieros y
tecnólogos es una de las claves para salir del subdesarrollo e ingresar, por la
puerta grande, a la economía del conocimiento? El problema principal es uno y
muy sencillo: el país no ha desarrollado estrategias que incentiven, en forma
articulada y sistemática, las distintas ramas que competen al denominado sector
secundario de la economía. A diferencia de las naciones que encabezan la
generación de recursos humanos tecnológicos, en México hemos carecido,
ostensiblemente, de una política industrial articulada a este proceso.
Más aun, desde la política de apertura al comercio internacional, vía el
TLCAN y el resto de los tratados de libre comercio firmados por México, tanto el
crecimiento del producto industrial, como la dinámica del empleo en el sector,
se han ubicado por debajo de los indicadores correspondientes al sector
terciario, en donde se ubican las ramas del comercio, los servicios, así como la
denominada economía informal.
En el sexenio del presidente Calderón la crisis económica internacional de
finales de la década pasada se tradujo en un bienio (2008 y 2009) de
decrecimiento del Producto Interno Bruto y de la tasa general de empleo. Depende
de como cierre la economía nacional este año el promedio de crecimiento del PIB
sexenal será de 1.8 por ciento anual y, en el mejor de los escenarios, estará
rozando los dos puntos porcentuales.
En cambio, el crecimiento del producto
industrial, durante el mismo lapso, si acaso se ubicará en torno a 1.5 por
ciento anual. En términos de empleo la cosa está peor. Según las cifras
agregadas del sexenio, disponibles en el último informe presidencial, el sector
secundario habrá pasado de colocar el 24 por ciento de la población
económicamente activa al veinte por ciento, cuando mucho, al cierre del año.
Para resumir, hemos combinado una política muy agresiva en materia de
generación de ingenieros y tecnólogos, con una política de bajo perfil en el
renglón del desarrollo industrial del país y sus regiones. Síntoma claro de una
tormenta perfecta, a menos que se tomen medidas audaces que rompan esta mala
combinación.