El pasado 27 de septiembre se reunió el presidente electo, Enrique Peña
Nieto, con un conjunto importante de autoridades de universidades y centros de
investigación, así como representantes de asociaciones académicas y líderes del
sector empresarial del país. El motivo del cónclave fue la entrega al próximo
titular del Ejecutivo Federal del documento titulado “Hacia una Agenda Nacional
en Ciencia Tecnología e Innovación”.
El texto es producto de un trabajo en seminario en el que participaron
funcionarios del sector universitario y científico del país, así como académicos
renombrados y especialistas en distintas áreas. Lo suscriben más de sesenta
organismos y la primera nota relevante es que los participantes hayan conseguido ponerse de acuerdo en temas de no fácil conciliación
como, por ejemplo, las responsabilidades que competen al gobierno, a las
entidades académicas y a la iniciativa privada para impulsar el desarrollo de
las actividades de ciencia, tecnología e innovación en México.
Desde el enunciado del objetivo estratégico “para una política de Estado
2012-2018”, el documento acusa una fuerte impronta de la hipótesis según la cual
el conocimiento científico es un factor crucial para la reactivación económica.
Dicho objetivo propone: “Hacer del conocimiento y la innovación una palanca
fundamental para el crecimiento económico sustentable de México, que favorezca
el desarrollo humano, posibilite una mayor justicia social, consolide la
democracia y la paz, y fortalezca la soberanía nacional.”
Sin querer o a propósito se trata de una fórmula anfibológica, es decir que
admite más de una interpretación: ¿de qué depende la consecución de los
propósitos sociales y políticos indicados, del conocimiento y la innovación, del
crecimiento económico sostenible, o de la implicación del segundo por el
primero? De cualquier manera, colocar como primer término de la ecuación
científica al “desarrollo económico sostenible”, deja entrever por dónde va la
cosa: el conocimiento, y la innovación, son importantes porque su cultivo
promete beneficios económicos primarios, y beneficios sociales y políticos
concomitantes.
Esta perspectiva también está presente en varias de las líneas de política
científica y tecnológica que se sugieren en el documento. La más clara: “Un
objetivo fundamental es consolidar la vinculación de la ciencia y la educación
superior con el desarrollo tecnológico y la innovación en las empresas, por
medio de una amplia labor de traslación del conocimiento, que incremente la
competitividad del sector productivo” (pág. 8-9). Nada menos que el modelo de
triple hélice formulado, desde los años sesenta, por Etzkowitz y Leydesdorff,
cuya definición simplificada consiste en generar estructura e incentivos para
articular iniciativas de los sectores académico, gubernamental y empresarial en
torno a programas y proyectos de desarrollo científico, adaptación tecnológica y
experimentación de innovaciones en productos y procesos.
¿Tiene algo de malo el paradigma de la triple hélice? Básicamente que es un
modelo inestable en el tiemplo. Supone estabilidades en los sistemas económico,
político y académico, equilibrio que no siempre se alcanza, que no perdurara
indefinidamente, al estar sujeto a los ciclos de la economía, a los vaivenes del
régimen democrático y las variables condiciones de productividad académica de
las instituciones productoras de conocimiento.
Como herramienta de política pública, la “triple hélice” alcanzó una gran
aceptación, casi dogmática, en el optimista contexto histórico de entre siglos.
Es decir, en una fase de crecimiento económico sostenido. Hacia el año 2000 la
flamante Unión Europea buscó explícitamente adoptar las bases del paradigma
mediante la concertación de un estilo de política económica e industrial
sustentado en el desarrollo del conocimiento científico. En marzo del último año
del siglo XX, el 2000, el Consejo de Europa suscribió un consenso para el
desarrollo económico regional centrado en tres objetivos:
- Preparar la transición hacia una sociedad y una economía fundadas sobre el conocimiento por medio de políticas que cubran mejor las necesidades de la sociedad de la información y de la investigación y desarrollo, así como acelerar las reformas estructurales para reforzar la competitividad y la innovación y por la conclusión del mercado interior;
- Modernizar el modelo social europeo invirtiendo en recursos humanos y luchando contra la exclusión social;
- Mantener sana la evolución de la economía y las perspectivas favorables de crecimiento progresivo de las políticas macroeconómicas.
A este esquema, popularizado como la “agenda de Lisboa”, se fueron añadiendo
algunos otros temas o propósitos tales como: mejorar la inversión en redes y en
conocimiento; reforzar la competitividad de la industria y de los servicios; y
promover la prolongación de la vida activa. Además se apoyó la creación de
espacios regionales para lograr las sinergias propuestas en el modelo
conceptual. Fue el caso del Espacio Europeo de la Educación Superior y sobre
todo del Espacio Europeo de Investigación.
La sacudida de la crisis de 2008, que en Europa no da muestras de retroceder
sino al contrario, ha llevado a replantear la estrategia de desarrollo. Como se
indica en una de las conclusiones de diagnóstico y propuesta “La UE no necesita
una estrategia de competitividad, sino una estrategia de prosperidad
sostenible.” Hoy la prioridad la ocupa la recuperación del empleo y el combate a
la crisis, y se propone replantear, en ese marco, los alcances de una política
científica y tecnológica regional que derive, principalmente, en mayores niveles
de empleo y en mejores condiciones para el desarrollo humano.
Ante la crisis de la triple hélice importa seguir discutiendo ¿qué
planteamiento de política científica es el adecuado para las condiciones y retos
de México en el futuro inmediato?