Según el INEGI (Encuesta Nacional sobre Uso del
Tiempo 2002 y 2009), la población joven del país, digamos el segmento entre
12 y 19 años, permanece frente al televisor un promedio de tres horas al día. De
acuerdo con otras fuentes, el consumo infantil de televisión se ubica en el
rango entre tres y cuatro horas diarias, lo que implica casi mil quinientas
horas al año. La última cifra es prácticamente el doble del tiempo que pasan niños
y los adolescentes en el salón de clases.
Eso pasa en todo el mundo, no es algo exclusivo de México. Pero en no pocos países, en la mayoría de los más adelantados, se ha advertido con claridad que de la calidad de la televisión que consumen los más jóvenes depende también su formación intelectual. Para decirlo de otra manera, el consumo de televisión puede apoyar procesos educativos, o lo contrario: si se mira televisión de bajo o nulo contenido cultural, lo que se alcanza a aprender en la escuela resulta amenazado por el medio masivo.
Hay una amplia bibliografía académica al respecto, pues el
tema se ha estudiado desde los años cincuenta. No es el espacio para desmenuzar
los hallazgos pero sí para señalar que la investigación coincide en
apuntar que altas dosis de consumo televisivo de baja calidad están correlacionadas
con desempeños pobres en el terreno educativo. Ahora que los dueños de la
televisión en México han externado su preocupación sobre el déficit de calidad
educativa del país, vale la pena apuntar también sobre la zona de la
problemática formativa de la infancia y la juventud que más directamente les compete: ¿está coadyuvando la
televisión a mejorar las cosas o las puede empeorar?
Consumo televisivo en
México
Desde hace varios años, la empresa IBOPE-AGM México ha
venido realizando estudios en profundidad sobre los hábitos de consumo de los
mexicanos en materia de productos de comunicación, lo que incluye televisión,
radio, prensa escrita y medios digitales. La presencia en la alianza del
Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística avala la seriedad
profesional del trabajo de investigación. Los datos que han generado son en la
actualidad un referente de conocimiento importante. Para medir el impacto
demográfico de los medios toman en cuenta muestras representativas de 28
ciudades del país, las que en conjunto representan aproximadamente la mitad de
la población nacional en el segmento de mayores de siete años, que es el que
los estudios de la empresa evalúa.
En el Anuario Media
Performance de 2011 se presentan, en primer lugar, un conjunto de datos
generales acerca del equipamiento de medios electrónicos en el hogar. De ellos
resalta que al grado de penetración de la televisión en los hogares es muy alto,
prácticamente la totalidad (el 98.8%) tiene acceso a este medio. En contraste,
sólo una tercera parte de la muestra encuestada manifiesta poseer al menos una
computadora. Se agrega que la proporción de hogares con televisión de paga
alcanza, en la actualidad, al 32.2% de los hogares, cifra que, aun siendo
modesta si se compara con la de países de Norteamérica y Europa, expresa una
sólida pauta de expansión: en 1998 dicha proporción era de sólo 14.2%, es decir
que el número de hogares con televisión de paga se ha duplicado en los últimos
diez años. Se indica también que el promedio de televisores por hogar es de dos
unidades, aunque 63% de la muestra señala tener dos o más televisiones en la casa.
Con respecto al consumo de televisión, el estudio ofrece un
indicador que diferencia el promedio de horas que permanece encendido el
televisor en las casas en un día típico, y el promedio de horas al día que
dedican las personas a ver programas televisivos. Según la serie publicada en
el Anuario 2009-2010 del mismo, en los hogares mexicanos hay al menos una
televisión encendida poco más de ocho horas por día, independientemente de quién
o quienes la vean. La tendencia, según se advierte, es estable aunque tiende a
crecer: mientras que en 1998 tal promedio alcanzaba un valor de 8.11 horas al
día, para 2009 había crecido a 9.23 horas diarias. Por su parte, el consumo per
cápita de televisión, de acuerdo a la misma fuente, supera las cuatro horas
diarias y manifiesta una tendencia semejante al pasar de 4.15 horas diarias por
persona en 1998 a 4.41 en 2009.
Tiempo dedicado a la TV. Promedio de horas y minutos por día
Serie 1998 a 2009
Fuente: IBOPE-AGB México. Media Performance. Anuario
2009-2010
Otros datos de relieve del Media Performance se refieren al tipo de consumo televisivo. Según
esta fuente, de lunes a viernes el 78.5% de los consumidores sintonizan canales
de televisión abierta. Esta proporción desciende 72.9% los fines de semana. El
dato es interesante porque muestra que incluso entre quienes cuentan con
servicios de televisión de paga, el consumo de canales de televisión abierta es
significativo. Según esta fuente, un 44% de las personas que cuentan con
televisión de paga dedican más tiempo a mirar canales abiertos.
¿Cuáles son los canales preferidos por los televidentes
mexicanos? Conforme al estudio que venimos citando, entre el total de
audiencia, más de una quinta parte se concentra en Canal 2; Canal 5 se queda
casi con 15% del auditorio diario; la tercera emisora es Canal 13 con 13%;
seguida por Canal 7 con 9.3% y Canal 9 con 7.3%. El resto se reparte, en
fracciones minúsculas, en los demás canales de televisión abierta y entre los
canales de paga.
¿Cuáles son los programas preferidos? La medición
tradicional al respecto es el raiting
por programa. Con datos de enero a diciembre de 2009, la medición IBOPE-AGM
indica que entre los quince primeros lugares de preferencia, diez fueron
ocupados por telenovelas. Las telenovelas más exitosas alcanzan entre el quince
y el veinte por ciento del raiting
total, es decir la proporción de la audiencia que está viendo un determinado programa,
comparado con el total de la audiencia potencial, que a su vez refiere al total
de los hogares con televisión, estén o no encendidos. Estos programas llegan a
alcanzar hasta cuarenta puntos de share,
esto es la proporción de hogares en que se mira el programa con respecto a la
población que tiene encendida la televisión en ese preciso momento.
En un segundo orden de preferencias están los eventos deportivos
y los noticieros. Cuando se segmenta la población por grupos de edad y por
sexo, se tienen porcentajes diferentes. Así, por ejemplo, los colectivos en el
rango de edad escolar manifiestan preferencias por los programas infantiles y
las series de televisión aunque, como es de esperarse, las posibilidades de
control de la programación doméstica por parte de los niños y adolescentes del
hogar está en función tanto del número de aparatos disponibles en cada casa
como de su capacidad de influir sobre las preferencias y decisiones de los
adultos.
En resumen. En México se ve mucha televisión, largo tiempo,
y preponderantemente TV abierta. Como práctica de consumo cultural, su eficacia
más allá del entretenimiento banal depende fundamentalmente de la calidad de
los contenidos programados. De ahí que no sea irrelevante la cuestión ¿qué tan
buena es la televisión mexicana que se transmite en señal abierta en cuanto a
su orientación, contenidos y posibilidades de contribuir a la formación
cultural de los mexicanos?
¿Aparte de entretener
e informar, para qué sirve la televisión abierta?
Para muy poco, si se revisa la programación diaria de los
canales de mayor audiencia en las principales cadenas televisoras del país, es
fácil advertir que el contenido potencialmente formativo o educativo de las
emisiones es ínfimo. En horario de audiencia infantil se transmiten programas
que son una auténtica calamidad para propósitos de formación cultural. El Canal
2, por ejemplo, transmite a eso de las tres de la tarde “Laura de todos”,
programa que apenas pasaría para una audiencia exclusivamente adulta y es el
que mayor raiting y share concentra a esas horas. Y después
telenovelas toda la tarde. En el Canal 5, a la misma hora, el pograma “La CQ”,
que es como una telenovela para adolescentes. Más tarde caricaturas y series
policiacas. TV Azteca no se queda atrás. En el Canal 7 una película y en el 13
los programas “Difícil de creer” y en seguida “Historias engarzadas”. Y Con eso
se tiene la mayor proporción de teleaudiencia en la primera mitad de la tarde,
en que los niños que vienen de la escuela pueden ver televisión. A menos que se
impongan a sus padres, generalmente a su mamá, para cambiar a canales como el
11, el 22 o la barra infantil de la televisión de paga si la hay en casa. Las
opciones son pues, en la realidad, muy limitadas.
El potencial educativo de la televisión abierta es amplio,
así lo han demostrado los países de mayor desarrollo en esta materia. El
ejemplo de Europa es sobresaliente pero no son excepción los casos de América
Latina (Chile, Brasil, Colombia, Argentina, Uruguay) en que se han buscado y
logrado alternativas. La televisión por cable da también evidencia de que con
programas con enfoque cultural y educativo se pueden alcanzar cuotas de mercado
importantes. Es sobre todo una cuestión de definición de prioridades y de
trabajo sustantivo en este ámbito. Pero de que se puede se puede.
Candil de la calle
En los últimos dos o tres años las cadenas televisoras de
mayor peso (Televisa y TV Azteca) han manifestado, por distintos medios, una
preocupación por la calidad de la educación en México. Ahí está la Fundación
Mexicanos Primero, auspiciada en buena medida por Televisa que, con trabajo
serio y gran capacidad de cabildeo e influencia política, ha puesto el dedo en
el renglón sobre los déficit de calidad de la educación pública del país. No
han sido pocos los pronunciamientos, en el mismo sentido, de los voceros de TV
Azteca. Probablemente tienen razón en lo que señalan. La calidad de la
educación básica en el país es un reto enorme. Es claro y es cierto, aunque
siempre cabrían matices.
Pero lo que más llama la atención es la absoluta falta de
autocrítica sobre sus propios medios, fundamentalmente la calidad de la televisión
abierta y su posible contribución a la formación educativa de los niños y los
jóvenes. Está bien: evaluemos a los maestros y su desempeño, pero también
evaluemos a los programas de televisión abierta y a sus conductores.
En este orden de ideas, vale la pena abrir la
pregunta: ¿qué responsabilidades son capaces de asumir las cadenas televisoras
en materia educativa? Porque al sistema educativo se le está pidiendo mucho.
¿No ha llegado el momento de plantearnos, también, la necesidad de una televisión
de calidad que coadyuve efectivamente al alcance de objetivos que nos aproximen
a ser una sociedad mejor aprovisionada en términos culturales? ¿O se piensa que
puede haber sociedad del conocimiento con la televisión que hoy tenemos?